En cierta
ocasión, cuando levitaba cerca de cinco centímetros a fin de no pisar el burdo
suelo, escribí estas palabras: “Haremos, junto a la fogata del amor, un
círculo de fantasías no productivas, de tiempos perdidos en la posibilidad de
la utopía, de miradas constantes a la gruta de la ilusión. Anudaremos tu
tristeza y mi alegría, hablaremos de los dioses que palpamos, de la eternidad
gozada, y dejaremos para siempre, en el baúl de los objetos olvidados -cuya
llave lanzaremos al olvido- la pisada vergonzante de nuestros cuerpos por
un mundo que no es el nuestro.”
Quede
constancia que fue un servidor, en un momento de lúcida locura, el que
semejante cursilería escribió. Transcurrido un buen puñado de años, le daba hoy
vueltas al “copo” mío de cada día para acertar con el tema adecuado, cuando he
aquí que tropecé con semejante declaración de ese estado que se nota y se hace
notar: el amor.
He sentido vergüenza de mi actual estado algo vacío de ilusión, carente de
amor, y seco ante el manantío constante del lejano ayer; y es que cada día me
cuesta más trabajo rebuscar e hilvanar palabras que produzcan perplejidad en el
lector o lectora.
Me salva que existe la corrupta política de la que,
ahondando algo en su ciénaga, se obtiene el tema inadecuado para soltar un
tostón que satisfaga a los que esperan el “copo” como maná celestial y, claro,
quedan defraudados porque la monserga es apabullante.
Vivir el amor, escribir de él y morir con él, deberían
ser las premisas de mi comportamiento como ser humano; pero es tarea imposible
porque el amor no se busca, sino que se encuentra en la desembocadura de la
Plaza del Asombro.
No es, pues, una actitud de búsqueda la que pueda
llevarnos hasta él, sino una leve percepción que comienza en la comisura de
otros labios, y finaliza en la mansedumbre de dejarse llevar por el camino del
sentimiento; sentimiento que consigue, sin violencia, que los cables de la
lógica se crucen, y estalle en mil pedazos la responsabilidad de ser los que
otros desean que sea.
Cosas del amor que hoy les entrego por un momento,
pero nada más que por un instante, porque esto tan sólo pertenece a un
servidor.
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