Lo que han
dado los hombres y mujeres en llamar año, comienza en cuarenta y ocho horas.
Ya están a la
venta las nuevas agendas. Las hay para todos los gustos, y ya empiezan a ser
usadas.
El hombre, con
avidez insaciable, va anotando, apropiándose de días para reuniones, viajes,
almuerzos, etc.
Los viejos
teléfonos se trasvasan a nuevas agendas. Algunas personas, simples números, ya
no forman parte de la nueva agenda; “quedaron por el “camino”, se usó de ellas,
no nos valen.
Nuevos
números, personas, en el transcurrir del año, volverán a anotarse, y, más
tarde, en agendas de nuevos años, quedarán “descolgadas”.
Cuanto me
gustaría ver -tener- una agenda para construir amor, ¡sería tan hermoso!, pero
las agendas no quedan conformadas como hacedoras de Amor.
El interior de
las agendas huele a dinero, comida y negocio; huele a consumo.
Desearía
clavar en mi nueva agenda un fin de semana para ir a la cueva del amor: allí
donde la noche amanece y un tono rojo envuelve a la tarde.
Ese viaje no
necesita de agendas: cierro los ojos, y allí estoy.
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