Sobrecoge la sombra
de la tarde,
el silencio que
envuelve su figura,
el aliento del vaho,
la negrura
del manto de la noche
y el alarde
del beso que no
muere, que en lugar de
dormir en el
destierro su amargura
yergue ufano su
rostro de frescura
entre escombros de un
tiempo que cobarde
permanece entre
nieblas disipado.
Sobrecoge la luz que
no se apaga,
la sombra iluminada
por el beso,
el roce de aquel
tiempo inacabado
que descama mi piel
como una llaga
y sé que siendo
libre, sigo preso.
(Del poemario “Donde
el viento silba nácar” de J. García Pérez)
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